Delante del espejo sacude su melena. Sobre su cama yacen desparramadas muchas prendas que ha ido probando: camisetas de tirantes de distintas formas y colores, polos sin mangas, ajustados, raquíticos; vestidos, faldas con distintos corte y distintas telas. Se ve que ha probado mucho antes de decidirse por la indumentaria con la que va a salir. Vuelve a darle otro meneo a su rubio cabello. La ducha y la mascarilla se lo han dejado brillante y presume de ello.
Hoy ha decidido llevar una camiseta palabra de honor y una falda muy parecida a un cinturón ancho. Sus largas piernas bien moldeadas merecen ser enseñadas. Su cuello es toda una provocación y ella lo sabe.
Sólo tiene 17 años, pero ya es una mujer de cuerpo y mentalmente también.
Su madre la increpa por su tardanza: -Vamos Marta que se nos hace tarde, te lleva mucho tiempo arreglarte.
-Mamá, ¿y tu por que no te arreglas?
-Ya estoy lista; a mi no me lleva tanto tiempo como a ti.
-Claro mamá, claro que no te lleva tiempo, porque tu te has puesto lo de siempre, como si salieras de uniforme a la calle. Siempre la misma ropa, siempre el mismo peinado, la misma cara sin sonrisa, sin maquillaje.
-Voy bien, acaba tú anda, que se nos hace tarde.
-Mamá, recuerdo cuando yo era muy niña y tu te arreglabas, te pintabas los ojos, los labios; te mirabas al espejo una y otra vez. Me gustaba tanto ver aquel rito antes de salir; aún no se cuando dejaste de hacerlo ni por qué.
-Las obligaciones van quitando tiempo al tiempo; los problemas restan ilusiones; las prisas deshojan los sentimientos; lo años dan paso a desilusiones.
Marta la mira dulcemente; ninguna de aquellas palabras le suena nueva. Ella ha visto muchos días de amargura que hoy se reflejan en forma de arrugas en el rostro de su madre; sabe que ha perdido muchas batallas; la supone aún metida en la guerra; no sabe si saldrá vencedora, aunque en mas de una ocasión la ha visto arrojar la toalla para resurgir de nuevo como el Ave Fénix de las cenizas. Teme que algún día se deje abatir, por eso ella está permanentemente azuzándola para que siga en su lucha contra no se qué enemigos. El paso del tiempo será seguramente el enemigo más duro de vencer.
-¿Qué piensas Marta? –la interrumpe su madre.
-En poca cosa.
-¿En poca cosa?, entonces esa poca cosa soy yo.
Y se ríen con grandes carcajadas. Se abrazan y una lágrima baja silenciosamente por la mejilla de la joven.
Al separarse, Carmen ve aquella humedad y la limpia con un toque mágico que apenas se percibe.
Y salen a la calle cogidas del brazo. Carmen presume de hija y va orgullosa de ir tan bien acompañada; eso lo demuestra la cantidad de gente que saluda o se para a hablar con su hija, las miradas de soslayo que le lanzan muchos de los que se cruzan con ellas. Se ve que tiene don de gentes y su hermosa y tierna juventud hacen el resto.
Ella también había sido bonita, pero eran otros tiempos: más represión, menos ropa, menos dinero, las mismas ilusiones, más recato, más crítica, menos libertad. De lo bueno, todo era menos; de lo malo, todo peor. Sólo una cosa era idéntica en ambas generaciones, la ilusión y la lozanía.
Por eso ahora, Carmen anima a su hija a disfrutar de la vida sanamente para que la dicha sea prolongada, pero sin falsos prejuicios que la marquen en un futuro.
Si ella pudiera dar marcha atrás en el tiempo, rectificar decisiones, retomar partida en los libros. Si ella pudiera…
El móvil de su hija la saca de su nube. Marta saluda cariñosamente a su interlocutor con un “Hola cari” y empieza una larga conversación de risas y bromas. Se la ve feliz. Casi todas sus llamadas son así de festejadas, y son muchas las que recibe. Claro que también ella los llama mucho a juzgar por sus facturas a final de mes, que suelen levantar ampollas y alguna reyerta, amén de un montón de propósitos de enmienda de que no volverá a llamar tanto, pero mes a mes se repite la misma escena, variando como las cantidades facturadas del teléfono como si fuera un yo-yo, un mes mucho y siguiente un poco mas bajo. Así es la juventud, un mundo de ilusiones, fantasías y risas; cuerpos enfundados en la moda de lo mínimo en tela; libros y mochilas, mp3 y ordenadores. Todo un mundo por delante, un tesoro a descubrir. Y el mejor tesoro, su propia vida en busca de un futuro. Todavía está en la estación de la juventud, llamada…Divino tesoro.
-Mamá, hoy quería darte una sorpresa, ¿te dejas sorprender?
-Bueno, tu dirás. Pero ya sabes que no quiero nada que sea de gastar dinero.
-No gastaremos nada. Papá me dio dinero para hacerte un regalo por tu cumple, y como coincide en domingo, vamos a gastarlo hoy que es viernes, no sea que el domingo no lo tengamos ya.
-¿A quien, a tu padre?
-No mamá, el dinero.
Y siguieron del brazo caminando como dos buenas amigas.
Carmen se dejaba llevar. Le gustaba ir acompañada de su hija. Entraron en la peluquería y la madre sorprendida -¿Qué vas a hacerte en el pelo?
-Nada mamá, hoy he pedido cita para ti.
-Pero si yo no quiero hacer nada, estoy bien así.
Y una de las peluqueras entra en conversación: -Carmen, ahora te toca a ti.
Carmen, como si de una niña se tratara, obedeció sin saber que era todo aquello.
Cuando las expertas manos de aquella joven pusieron las manos sobre su cabeza, cerró los ojos.
Más tarde, al mirarse en el espejo vio una mujer mediana que le recordaba su juventud. Se vio guapa y sonrió al tiempo que una lágrima furtiva salía mejilla abajo.
Recordó su juventud, miró a su hija y le dándole un abrazo le dijo: -Gracias hija por sacar de mi algo que ya estaba en el olvido.
Su madurez rejuvenecida en aquel momento y la juventud de su hija fueron una dosis de alegría para su cumpleaños.
Marta reía al verla tan feliz. Marta reía con todo. Marta era joven y se notaba en sus ganas de vivir y de hacer vivir feliz a la gente. No necesitaba grandes cosas para ello.
Su juventud, era su tesoro más bonito. |