COORDINADO POR TINO PERTIERRA
• Numero 9
Desde aquí abajo

David Fernández García

Menudo cuento

César Fernández

Aquí Ribono

Emilio Fernández García

Signos del alma

Roxana Herrero

Alma de poeta

Matilde Suárez

El Mirador

José Feíto

El hombre tranquilo

José Luis Santos

Cosas de pulpos

Ana Pérez

Rarezas

María Antonia Goás

Yas entre amigos

Yasmina Suárez González

Titulo: Los girasoles ciegos

Autor: Alberto Méndez

Editorial: Anagrama, 2004

Termino de leer los cuatro relatos que componen el libro y el cuerpo me queda rendido. Cuatro “derrotas” –como titula el autor cada uno de ellos- de vencedores y vencidos desde 1939 a 1942, narradas con tal oficio que mi corazón se ha ido plegando y achicando al percibir la cercanía de la impotencia, la desesperación y la muerte.
Un capitán del ejército nacional que se entrega en Madrid al enemigo el mismo día de la capitulación, un poeta que intenta huir con su mujer –la cual da a luz en pleno monte- de la represión, un preso que inventa mentiras para sobrevivir y una familia que oculta a uno de sus miembros durante varios años con la esperanza de escapar.
Cada protagonista se atormenta por el odio mantenido de sus supuestamente iguales humanos, que no se conforman con vencer. A los horrores comunes –de por sí otro horror considerar comunes las barbaries de las guerras- se añadieron otros deseos más salvajes y primitivos: aniquilar por completo tanto el cuerpo como el espíritu del adversario. Brutalidades que nos sorprenden hoy en países africanos, o no tan lejos en el tiempo y espacio como en la antigua Yugoslavia.
Los personajes sucumbirán puesto que les resulta difícil soportar el resentimiento y la inquina prolongados y el prurito en la destrucción absoluta del otro.
Alberto Méndez nos ha dejado una novela hermosa. Haría más que determinadas leyes por recuperar la memoria histórica, si se propusiese como texto de lectura obligatoria en la asignatura de historia. En literatura serviría como ejemplo de construir relatos, de utilizar el lenguaje apropiado y de recrearse con el uso de las palabras.
¡Qué pena que no se haya atrevido a escribir más!

César Fernández

Titulo: Los libros arden mal

Autor: Manuel Rivas

Editorial: Alfaguara, 2006

En determinados momentos históricos los libros sufrieron en su piel, en su papel, el intento de frenar las ideas sospechosas -aunque sea de forma tangencial- de perturbar el orden de los que dirigen una sociedad, de poder elegir con conocimiento y ética una sociedad más justa.

El absolutismo se amedrenta con las críticas, con la instrucción que espabile demasiado y sobre todo con la inducción a la reflexión. Censura y elimina los medios que la trasmiten. Las letras impresas pueden quemarse, sin embargo el afán que las creó persiste en circunstancias adversas. Porque continúa la ilusión de saber, de comunicar dicho conocimiento, de expresar los sentimientos a pesar de que interfieran con la moral restrictiva.

El "Glorioso Alzamiento Nacional" no iba a ser menos. Joaquín Sabina, en la canción "Palabras como cuerpos" (1978) lo versificó:

"Nos lo robaron todo: las palabras, el sexo, los nombres entrañables del amor y los cuerpos, la gloria de estar vivos, la crítica, la historia, pero no consiguieron robarnos la memoria"

Este es el argumento de la narración, donde Manuel Rivas habla del amor por las letras a través de los personajes, sin odios, derrochando ternura, morriña e imaginación. Con un casi prólogo a la trama en 1881, es en agosto de 1936, en la Coruña, donde inicia a contar la vida de unos libros, la de sus propietarios y la de sus usurpadores e incendiarios, hasta 1994. Se producen largos saltos en el tiempo porque lo fundamental no es tanto hilar una continuidad en la vida de los sujetos, como mostrar sus vivencias y su pasión por la literatura. Sin olvidar referencias a hechos y nombres reales.

Así se pueden encontrar capítulos que empiezan y terminan con un cuento, mito o fábula gallega. Puede abrirse el libro como si de un poemario se tratase, por el simple placer de leer párrafos como éste:

"También hay una señorita, y lo sé por Ana, la lechera, que escribe poesía y dicen que dijo que ese don se lo había transmitido el espíritu de Bécquer, que lo de ése sí que nos lo enseñaron en la escuela, lo de volverán las oscuras golondrinas, mucho me gustaba, y a ella también le debía de gustar porque el encuentro con el espíritu fue en la plaza de las Bárbaras, y el espíritu la poseyó y dicen que la dejó preñada. Preñada de poesía. Amalia y Ana venga a reír con ese cuento, con el chorro de la leche del espíritu."

"Silvia se entendía muy bien con la madre de Asun. Se entendían con el reverso de las palabras"

"También escribiré una columna puramente literaria, señor Montevideo ¿Puramente? Pásame el rascador" Los adverbios en -mente le producían el efecto de un escozor en la espalda. Pedir el rascador de boj era su manera más radical de corregir, de expresar el daño que le causaban los estropicios en el estilo"

Admirado Montalbán, espero que tu espíritu no nos devuelva a Carvalho. Este libro merece el perdón de su chimenea.

César Fernández

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Escaparate

por César Fernández

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